Tuesday, August 21, 2007

UNA EXTRAÑA VELADA TRANSCURRIDA EN EL CAMPO DE BATALLA (Walt Whitman)

¡La extraña velada transcurrida en el campo de batalla!
Cuando tú, hijo y camarada mío, caíste á mi lado, ese día,
No te dirigí más que una mirada á la que tus caros ojos
contestaron con otra mirada que no olvidaré jamás,

Y la mano que trataste de levantar del suelo en que yacías
apenas si rozó la mía;

En seguida avancé en la batalla, donde la lucha continuaba
con iguales probabilidades,

Hasta que, relevado de mi puesto algo tarde en la noche,
pude volver al fin al sitio donde tú habías caído,

Y te encontré helado en la muerte, camarada querido, ha-
llé tu cuerpo, hijo de los besos dados y recibidos (jamás vuel-
tos á dar sobre esta tierra),

Descubrí tu faz á la luz de las estrellas (singular era la
escena). El viento nocturno pasaba fresco y ligero;

Largo, largo tiempo pasé allí velándote, mientras á mi al-
rededor el campo de batalla se extendía confusamente;

Velada prodigiosa, deliciosa velada, allí, en la noche que-
da y perfumada,

Ni una lágrima cayó de mis ojos, ni un suspiro profundo
exhaló mi pecho; largo, largo tiempo te contemplé.

Luego, extendiéndome á medias sobre la tierra, me mantu-
ve á tu lado, con el menton hundido entre las manos,

Pasando horas suaves, horas inmortales y místicas, conti-
go, camarada querido,

Sin una lágrima, sin una palabra;
Velada de silencio, de ternura y de muerte, velada por ti,
mi hijo y mi soldado,

En tanto que allí arriba los astros pasaban en silencío, y
otros hacia al Oeste subían insensiblemente;

Suprema velada por ti, valiente hijo (no te pude salvar,
tan pronto fué tu muerte,

Vivo te amé rodeándote fielmente de todas mis solicitu-
des; creo que volveremos á vernos seguramente);

Y cuando se iban las últimas sombras de la noche, en el
momento preciso en que apunta el alba,

Envolví á mi camarada en su manta, enrollé bien su
cuerpo,

Replegando cuidadosamente la manta por debajo de la ca-
beza, y cuidadosamente bajo los pies,

Y allí bañado en el sol levante, deposié á mi hijo en su
fosa toscamente abierta,

Terminando así mi extraña velada en el campo de batalla
envuelto en sombras,

Velada por el camarada muerto repentinamente, velada
que jamás olvidaré, ni cómo, al apuntar el día,

Levantándome de la helada tierra y envolviendo cuidado-
samento al soldado en su manta,

Lo sepulté allí donde cayera.

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