Friday, August 24, 2007

RIMA XLI (Gustavo Adolfo Becker)


Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!

Tuesday, August 21, 2007

UNA EXTRAÑA VELADA TRANSCURRIDA EN EL CAMPO DE BATALLA (Walt Whitman)

¡La extraña velada transcurrida en el campo de batalla!
Cuando tú, hijo y camarada mío, caíste á mi lado, ese día,
No te dirigí más que una mirada á la que tus caros ojos
contestaron con otra mirada que no olvidaré jamás,

Y la mano que trataste de levantar del suelo en que yacías
apenas si rozó la mía;

En seguida avancé en la batalla, donde la lucha continuaba
con iguales probabilidades,

Hasta que, relevado de mi puesto algo tarde en la noche,
pude volver al fin al sitio donde tú habías caído,

Y te encontré helado en la muerte, camarada querido, ha-
llé tu cuerpo, hijo de los besos dados y recibidos (jamás vuel-
tos á dar sobre esta tierra),

Descubrí tu faz á la luz de las estrellas (singular era la
escena). El viento nocturno pasaba fresco y ligero;

Largo, largo tiempo pasé allí velándote, mientras á mi al-
rededor el campo de batalla se extendía confusamente;

Velada prodigiosa, deliciosa velada, allí, en la noche que-
da y perfumada,

Ni una lágrima cayó de mis ojos, ni un suspiro profundo
exhaló mi pecho; largo, largo tiempo te contemplé.

Luego, extendiéndome á medias sobre la tierra, me mantu-
ve á tu lado, con el menton hundido entre las manos,

Pasando horas suaves, horas inmortales y místicas, conti-
go, camarada querido,

Sin una lágrima, sin una palabra;
Velada de silencio, de ternura y de muerte, velada por ti,
mi hijo y mi soldado,

En tanto que allí arriba los astros pasaban en silencío, y
otros hacia al Oeste subían insensiblemente;

Suprema velada por ti, valiente hijo (no te pude salvar,
tan pronto fué tu muerte,

Vivo te amé rodeándote fielmente de todas mis solicitu-
des; creo que volveremos á vernos seguramente);

Y cuando se iban las últimas sombras de la noche, en el
momento preciso en que apunta el alba,

Envolví á mi camarada en su manta, enrollé bien su
cuerpo,

Replegando cuidadosamente la manta por debajo de la ca-
beza, y cuidadosamente bajo los pies,

Y allí bañado en el sol levante, deposié á mi hijo en su
fosa toscamente abierta,

Terminando así mi extraña velada en el campo de batalla
envuelto en sombras,

Velada por el camarada muerto repentinamente, velada
que jamás olvidaré, ni cómo, al apuntar el día,

Levantándome de la helada tierra y envolviendo cuidado-
samento al soldado en su manta,

Lo sepulté allí donde cayera.

Wednesday, August 15, 2007

MI CULO EN PELIGRO (Pedro Juan Gutiérrez)

Por suerte sólo estuve encerrado siete días. Un tipo grandísimo me quería dar por el culo de todos modos, y ya no sabía qué más hacer para evitarlo. Lo único que me faltó fue meterle un estilete en el corazón. Siempre tuve cara seria, no hablé con nadie, mantuve a raya a todos, pero me provocó tanto que al fin un día le salté al pescuezo. El tipo era un tronco, Como un orangután con retraso mental. A puño limpio yo no podía, El tipo me noqueó. Y ni así logré demostrarle que soy hombre. Bueno a él no le importa lo que uno sea. Otro de allí me contó que se encarna en alguien y lo vela y lo trabaja hasta que le rompe el culo de todos modos. Antes se lo hizo a un negrito joven y tuvieron que sacarlo con hemorragia, directo para el hospital.

Salí con el culo sano y traté de estar tranquilo un tiempo, En el juicio me pusieron diez mil pesos de multa. Sólo porque me agarraron con veinte langostas. Si se hubieran adelantado un día y me sorprenden con la carne de res, me echan tres o cuatro años de cárcel. Entonces sí pierdo el culo y hasta los tímpanos de los oídos.

Me busqué un trabajo asqueroso. En el matadero, con el picadillo de soya. El día entero acarreando cajas con pellejos medio podridos, belfos de res, tripas, cebo, ojos, orejas, toda la mierda apestosa que nadie se imagina. Lo más hediondo. Entre un negro y yo poníamos las cajas cerca del molino, Por otro lado traían cajas de soya. Y otros dos tipos iban dosificando para hacer el picadillo. "Proteína. Mucha proteína para el pueblo, compañero", me gritaba por encima del ruido del molino el tipo de las dosis. Y se reía, con su cara de gordo mamalón. Nunca supe si me lo decía burlonamente o no. Nunca hablamos más que eso. Habló él. Yo no quería más líos con el gobierno y ni abría la boca, porque hasta hablar de proteínas era político. Como si echaban veneno para matar a todo el mundo y culpar a los yanquis. A mi que coño me importaba. Yo tranquilo.

Pero los problemas me caen del cielo. Una tarde salgo del matadero a las cuatro. Ni esperé la guagua. Salí caminando. Cruzo Carlos III. Sigo por Espada hacia San Lázaro y en un bar había paticruzao. Coño que bien. Eso no se ve nunca. Es un bar muy abierto. En el barrio de Cayo Hueso, pero bien tranquilo a esa hora. Una barra con banquetas. Allí mismo venden sopas y caldos a los tipos muy miserables. Me senté en una esquina. Pedí un doble y me asentó. El ron me asienta el cansancio. Me anestesia. Yo estoy sentado en una banqueta, muy cerca de la acera. Las puertas son bien amplias, de esas que se deslizan hacia arriba. Me gusta sentarme cerda de las puertas. Si hay bronca uno puede salir enseguida.

El que está bebiendo a mi lado empieza a contarme sus líos. Él es soldador y hace una semana consiguió una pinchita muy especial. Trabajó un par de días de ocho de la mañana a diez de la noche y terminó con los ojos ardiendo, pero se buscó seis dólares. La mujer los agarró, le compró unos tennis al hijo de ellos, que ya andaba sin zapatos, y en cuatro días el chiquito los rompió. "Así no se puede vivir, acere, por eso el que se va del país hace bien." Y por ahí siguió con su lío.

Yo escuchaba su historia, pero tenía la vista fija en una mulatica que bebía ron y se divertía mucho hablando con una señora muy gruesa y un negro con seis collares en el cuello. El negro pagaba siempre con billetes de veinte. La mulatica también me miraba de reojo y yo quería entrarle al primer chance que me diera. Me concentré demasiado en su boca y en sus tetas y en todas sus ganas de vivir alegremente y se me paró, bien dura. Hacía muchos días que no tenía sexo y no iba a dejar que esa mulatica se me escapara.

el dependente del bar era un negrón con cara de matarife guaposo, que repetía cada dos minutos: "Tengo enchilaíto de jaiba. Especial. Son su picantito y todo. Eso pa' caerle después a las jebitas no tiene precio... Está picantico."

Ya estaba acabando el segundo doble cuando de repente aparecen dos tipos en la puerta, detrás de mí. Dos tipos ensangrentados, dándose cuchillazos, trastabillando, ya casi moribundos. Todo el mundo los vé menos yo, porque están a mis espaldas, y no reacciono a tiempo. Me caen arriba. Los dos me caen arriba. Me pareció que ademaás de moribundos estaban borrachos o enmariguanados. Intento levantarme de la banqueta, pero los dos se me están desplomando arriba. Uno de ellos me corta con su cuchillo. Me da un buen tajazo en el brazo y por el costado derecho. Todo es tan rápido que no comprendo. No sé de dónde salieron. En silencio. No hay un grito, ni un quejido siquiera. Están muertos los dos arriba de mí. Son un amasijo de sangre. El bar se quedó vacío en un segundo. El dependiente está solo allá en el otro extremo de la barra. Hasta los miserables dejaron a medias sus platos de sopa y huyeron.

Aparece una mujer gritando algo y llorando: "Me lo mató, me lo mató", y se abraza gritando a uno de los cadáveres.

Intento alejarme, pero estoy contra la barra del bar, y los dos muertos muertos y la mujer cerrándome el paso por delante. Trato de moverme a pesar de todo. Lo mejor que hago es irme. No. Ya hay un policía ahí. Me agarra por el brazo y me pide el carnet de identidad.

Procuro hablarle: "Yo estaba dándome unos tragos aquí."Pero me parece que hablo en sordina. Casi no me escucho. O me oigo muy lejos. Como si yo mismo me hablara desde mucha distancia. Busco el carnet de identidad en el bolsillo trasero del pantalón, y cuando se lo extiendo al policía, veo que estoy cubierto de sangre fresca. La mía y la de esa gente que acaba de morir. Estoy empapado en sangre. Demasia sangre para parecer inocente. Más bien parezco culpable.

Después hay una cadena: carro patrulla-estación de policía-declaraciones-no entienden mis heridas y tanta sangre si no sé nada-buscar a mi único testigo: el dependiente del bar-no aparece el tipo-retenido 72 horas hasta que se aclare-hay otros casos-se olvidan de mí-llevo diez días encerrado-por suerte es otro lugar-el tipo que le gusta mi culo no está por allí-al fin me sueltan-perdí el trabajo en el matadero-creo que tengo que volver al contrabando de langostas y carne de res.