Monday, November 14, 2022

 UN DÍA SOÑE


Un día soñé con un prado, una llanura virgen bajo un cielo azul, limpio y claro.  


Soñé que había una pequeña puerta en medio de la inmensidad de aquella basta superficie, la representación física de una línea entre dos realidades diametralmente opuestas pero irremediablemente paralelas que unían dos de las existencias de un mismo ser.


La traspasé, y como quien despierta de un largo sueño, pude ver cosas, imágenes anquilosadas durante años en los más oscuros rincones de mi mente.


Una casa vacía, triste y silenciosa, muebles de estilo arcaico construidos en madera noble pero con un aspecto envejecido, adornados estos por pequeñas planchas y pomos de metal tallados con líneas melancólicas, simples y frías.


Echo un vistazo en rededor, nada interesante. Miro mis manos, ¿mis manos? ¿realmente son estas mis manos? ¿quién soy yo? ¿de quién son estas manos si no son las mías?. Las manos que estoy viendo son unas manos curtidas, machacadas, de dedos hinchados y de un color blanquecino enfermizo. Me asusto, ¿qué pasa? ¿dónde estoy? ¿qué demonios es esto?, ¡quiero salir!. Una voz familiar me tranquiliza. Solo es una proyección, estas aquí como un simple espectador. 


Miro mi ¿cuerpo?, un saco polvoriento y esquelético de huesos y piel, cubierto por finas venas de color azulado y numerosos hematomas morados.


En ese momento y como si de un film se tratara cambio de plano para ver con terror la escena al completo desde otro punto, aquel cuerpo enfermizo, desnudo, desnutrido y cansado, está ahí quieto, de pie mirando el pomo en forma de estrella de uno de los cajones de la estancia. ¿Su mirada? triste, ¿su rostro? demacrado, no hay luz en sus ojos, no hay esperanza en su alma, ni siquiera ganas de seguir, de luchar, de vivir, él solo quiere ser libre. 


En ese momento y dando un portazo entra un hombre fuerte, vigoroso y bien erguido. Viste un uniforme grisáceo sin insignia alguna, solo una guerrera gris sujeta por un ancho cinto de cuero negro, pantalones también grises, botas altas y una simple gorra gris de visera negra. Sin mediar palabra agarra al otro hombre del brazo fuertemente y lo saca fuera de la sala.


Mi mente, mi cuerpo, todo mi ser se estremece, al ver lo inevitable, escenas terribles que coexistían conmigo aún antes de haber nacido. Un prado similar al del principio, pero esta vez ya no tiene ese color verde vivo del principio, es un verde grisáceo, oscuro, el color de la muerte. En el cielo se elevan negras nubes de humo provenientes de varias construcciones que impiden ver el bonito color azul del cielo. Hay mucha gente, mucha, mucha gente, muchos desnudos, muchos otros visten un monótono uniforme a rayas gris y negro, muchos hacen interminables filas. En el horizonte solo alcanzo a ver casas, casas, más casas y alambre de espinas, todo esta rodeado de espinas. En el campo, espinas

que oprimen y torturan la psique de las personas, muros de espinas que impiden la libertad de los individuos. En los hombres espinas en sus corazones y en sus almas, espinas que nunca podrán ser arrancadas, espinas que quedaran clavadas en sus subconscientes y que los torturaran por toda la eternidad, mas allá de la muerte. En los monstruos, espinas que les atormentaran y les seguirán como fantasmas hasta el final de sus vidas, haciéndolos conscientes y recordándoles que han formado parte del asesinato de la moral y de los principios de la raza humana.


Los dos hombres salen al campo, siendo ignorados por cualquiera de los allí presentes. Ambos saben lo que va a pasar, y a ambos les importa una mierda. El soldado empuña su rifle y apunta a la cabeza de su víctima, este sabe que todo terminará pronto, se siente feliz, no tiene miedo.


En un latido yo soy ese hombre, siento y oigo como la boca del cañón roza mi frente, la respiración entrecortada del soldado y los últimos segundos de la vida de una persona (o la mia propia). Oigo un fuerte zumbido y me veo levitando sobre la escena. Aquel hombre esta tendido en el suelo, con el cráneo destrozado, la sangre fluye de su cabeza junto con una masa viscosa y espesa de color blanquecino naranja. Todo ha terminado ya para él.



Desde aquel mismo instante en que sentí y viví, supe que la muerte te hace libre. Pero también supe que es solo una simple transición. La puerta, esa línea entre el prado verde y la casucha de madera es la muerte, una puerta que une dos realidades diametralmente opuestas pero irremediablemente paralelas. Supe también que debemos de cerrarla con llave y olvidarnos de ella, romper cualquier vinculo que quede en nuestro subconsciente con respecto a hechos pasados, y seguir, luchar, vivir y disfrutar del momento actual hasta que nos topemos con la siguiente puerta.


La sabiduría y el conocimiento, realmente son lo que nos hace libres.